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miércoles, 15 de julio de 2015

Timoteo y la Lechuza por Claudia Rubelt

Timoteo y la
  lechuza
Timoteo era un espantapájaros que creía ser feliz. Vivía en un campo desde donde veía un hermoso paisaje, frutos que crecían, un cielo azul, un sol brillante.
Timoteo sabía que su misión en la vida era cuidar las plantaciones de ese campo y se sentía orgulloso de hacerlo y de hacerlo bien.
Sin embargo, había algo que al espantapájaros apenaba un poco, su soledad. Dada su condición, ningún pájaro se le acercaba y no era lindo no tener con quien conversar. Los campesinos lo ignoraban y muchas veces los días y las noches se hacían demasiado largos.
Timoteo se consolaba pensando en que cumplía su tarea a la perfección, que disfrutaba todos los días de una hermosa vista y con eso era suficiente.
Una noche todo cambió. Sobre el hombro de Timoteo se posó una lechuza.
-Linda noche ¿verdad?-dijo el ave.
Timoteo se sorprendió, no estaba acostumbrado a que alguien le hablase.
-Linda noche dije-insistió la lechuza-¿sabes hablar?-preguntó.
-Si… si…-contestó un tanto confundido Timoteo.
-Si ¿a qué te refieres? ¿A que sabes hablar? Bueno eso ya me di cuenta ¿o que es una bella noche?
-Ambas-respondió el espantapájaros y guardó silencio.
-Bueno, bueno veo que no eres muy conversador que digamos-Dijo la lechuza.
-¿Cómo es que te acercas a mi?-preguntó el espantapájaros.
-Mira-dijo la lechuza-no camino, no repto, digamos que vine volando, eso hacemos las lechuzas.
-Eso ya lo sé, me refiero a que no me temes, no me tienes miedo-contestó Timoteo.
-¿Y por qué habría de tenerte miedo?
-Porque soy un espantapájaros, mírame ¿ves mi vestimenta?
-Si a eso te refieres, deja bastante que desear realmente, pero de ahí a que me espante… -Contestó la lechuza.
-Mira mi cabello.
-Necesitas un tratamiento definitivamente-rio la lechuza-está pajizo-agregó.
-No entiendo de qué te ríes.
-Mira-tú estás solo, yo estoy sola. Cierto es que vistes muy mal, te peinas peor y no combinas los colores, pero… ¡De ahí a que yo salga espantada! Hace falta mucho más que eso para que Josefina la lechuza tenga miedo.
-Como sea, debes irte. Si los campesinos ven que no espanto a los pájaros perderé mi trabajo.
-Déjame decirte que no pierdes gran cosa ¿No te aburres todo el día y toda la noche aquí parado, quieto, mudo, sólo mirando plantaciones y asustando con tu sola presencia a las aves? Sobran trabajos mucho más divertidos que éste.
-Puede ser, pero éste es mi trabajo y lo amo. Sé que no es simpático asustar aves, pero sólo es para que no coman las plantaciones, para que la gente se pueda alimentar, para que los campesinos tengan trabajo y puedan así mantener a sus familias ¿Entiendes?
-Si entiendo-dijo Josefina y se fue.
Timoteo quedó pensativo, triste de estar solito nuevamente. Sabía que entablar amistad con un ave sería imposible, pero aún así, su solitario corazón se había entusiasmado.
Llegó la mañana y luego la tarde y luego la noche del día siguiente. Cuando Timoteo ya casi cerraba sus ojitos para dormir, apareció Josefina con hermosa bufanda a rayas en su pico.
-Veamos si podemos hacer algo con tu aspecto. Te daré un toque más sofisticado con esta bufanda que, dicho sea de paso, bien te vendrá con el frío que hace aquí.
Timoteo quedó mudo, jamás antes le habían hecho un regalo y nunca nadie se había preocupado por si tenía frío o no. Agradeció la bufanda, dejó que el ave la pasara por su cuello y sonrío. Josefina se alejó enseguida.
La noche siguiente Josefina apareció con un par de medias también a rayas.
-Si tienes frío en los pies, lo tienes en todo el cuerpo, decía siempre mi abuelita-le dijo.
Cada noche, con alguna excusa, Josefina pasaba un ratito y ambos se acostumbraron a esas visitas cortitas, al principio, largas luego y muy pero muy largas después.
Timoteo enseñó a la lechuza todo acerca de los cultivos, cómo vivía la gente, el valor de la labor que cada uno hace en la vida sea divertida o no.
Josefina, por su parte, le contaba al espantapájaros cómo era la vida más allá de dónde llegaban la mirada de Timoteo, quien de ese modo pudo conocer otros paisajes, otros pueblos y todo lo que sus ojitos no alcanzaban a ver.
El mundo de ambos se enriqueció y llegó una noche en que la conversación fue tan, pero tan larga que los sorprendió la mañana.
-Ahora sí debo irme-Dijo Josefina-Si me ven contigo perderás tu trabajo y en una de esas yo pierdo algunas de mis lindas plumitas.
Timoteo no quería quedarse solito. Ahora sabía que con un amigo podía ser mucho más feliz de lo que creyó toda su vida ¿Cómo hacer? ¿Cómo podría un espantapájaros explicarles a los campesinos que Josefina era inofensiva, que era su amiga, su gran amiga pero que no era amante de los cultivos? ¿Qué podría hacer para no perder a su amiga y tampoco perder su trabajo?
Pensó todo el día en ello. Algo tenía se le tenía que ocurrir para poder disfrutar de la compañía de su amiga a la hora que fuese y no sólo por la noche. De algún modo necesitaba solucionar este problema. Cuando la primera estrella asomó, Timoteo pidió un deseo: que ya nada ni nadie lo separase de su amiga.
Llegó la noche y con ella Josefina. La charla fue larga y bella como siempre. Asomóel sol y tan pero tan entretenidos estaban que ni cuenta se dieron que los campesinos ya estaban trabajando.
-¡Miren!-gritó uno de ellos-¡Una lechuza!
Timoteo y Josefina quedaron paralizados, no se abrazaron del miedo sólo porque les era imposible.
-¡Déjala, sólo comen insectos! No nos molestará, es más queda linda ahí posada sobre el espantapájaros.
¿Habrá sido la estrellita que cumplió el deseo de Timoteo? Tal vez sí, tal vez no. Lo que es seguro es que la verdadera amistad logra lo que muchas veces no parece posible.

A partir de ese día Timoteo y Josefina fueron inseparables y el espantapájaros no sólo lucía otra vestimenta, sino una nueva sonrisa igualita igualita a la de su gran amiga la lechuza.


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